miércoles, 10 de septiembre de 2008

El desperar, o la libertad


Lo asimilas durante mucho tiempo, pero lo sientes en un instante; sólo necesitas entender que lo que buscas es lo que eres. Y tu nivel de insatisfacción se reduce. Te quedas. Ya no huyes. Entonces… comienzas a estar bien a solas o acompañado; sabes que no puedes pedir amor a quien no se quiera; percibes que no debes pedirlo, sino darlo. La compasión se instala en tu corazón e identificas en quien antes no era de tu agrado apegos similares a los que tú tenías, y deduces que también llegará, si así lo desean, su momento para despojarse de ellos. Te sientes parte de la naturaleza, eres la naturaleza. Atiendes, observas, pero no juzgas. Utilizas la inteligencia efectiva, no la condicionada, y le dices adiós a la astucia. Eres el que piensas, no lo que piensas, y te elevas sobre ello. Gozas del amanecer, de hallarte. Estás aquí, pero tienes el infinito en cada uno de los poros de tu piel.
Eres libre. Eso no tiene precio.
Y puedes seguir cayendo en alguno de los errores que te han llevado a querer Ver, pero ya jamás pasan por alto para ti. Y puedes continuar experimentando dolor, pero ya sólo sufres lo que estás dispuesto a sufrir.