martes, 14 de julio de 2009

Mis cachorros



Confieso que no estaba preparada para tratar con perros. Tengo, en este sentido, un nudo familiar sin desatar :-), que procede de una ocasión en la que un perro rabioso mordió a mi abuela materna, cuando el canino trataba de llevarse una longaniza de aquellas tiendas de ultramarinos de toda la vida, en las que se partía el bacalao con ese inmenso cuchillo con sistema de guillotina, que me producía pavor, pero cuyo chasquido, al caer sobre la pieza en cuestión, me hipnotizaba.

Mi familia actual me “obligó” a convivir con los perros (en el jardín, claro. Lo de tenerlos en casa... como que no), y ahora me alegro de no haber ofrecido demasiada resistencia, porque he ido aprendiendo a quererlos. Teniendo en cuenta que en el universo todo es lo mismo y sólo cambian las formas, no puedo decir que me quiero si no quiero a un perro ¿no? Ahora me falta tocarlos :-).

Pues bien, nuestros perros han tenido cinco cachorros (dos de ellos los que tiene mi hijo en sus manos en la imagen), son tiernos y listos como ellos solos ("¡Qué lista es mi niña", me decía mi amigo Paco Livi, buena persona y gracioso donde los haya, cuando sólo tenía dos días la nena...).

He seguido el proceso, como es lógico, del embarazo y del nacimiento de los perritos, y quedé impresionada cuando, una mañana en la que me marchaba a trabajar, me los encontré, relucientes y acurrucados, junto a su madre . La perra parió en silencio y soledad y dejó todo impecable. Se comporta como una madraza amamantándoles sufrida, les limpia, y les arropa bajo su cuerpo. Me fascina verles juguetear o cuando duermen con las patitas de unos sobre los otros. Con sólo un mes, ya corretean...

Cuando me paro a pensar en cosas tan simples y tan bellas como ésta me doy cuenta del orden de la vida y, a la vez, de su complejidad. Parece mentira, pero esta sí es la realidad en su más floreciente forma.