viernes, 1 de enero de 2010

CONCIERTO DE AÑO NUEVO



Esta mañana he disfrutado mucho con el Concierto de Año Nuevo, transmitido en directo desde el Musikverein de Viena. Mientras escuchaba emocionada la música, por primera vez sin cortes publicitarios, pensaba en la cantidad de trabajo que hay tras esas piezas tan sincronizadas, ese escenario decorado exquisitamente y todo lo que conlleva la puesta en escena tan perfecta de un evento de estas características.
Me detenía en los rostros concentrados de los músicos y del director (el más longevo de los que han participado en este concierto, 85 años y una energía tremenda, muy expresivo él), y me inventaba la historia de cada uno ¿Cuántas horas de estudio, y luego de ensayo? ¿Cuántos pequeños pasos esforzándose, pero disfrutando de una vocación explotada? Nada se nos regala.
Contemplaba un espacio en el que unas personas muestran seguras el resultado de su trabajo, deleitando a un público sensible y entregado. Más entregado aún cuando han participado activamente, como cada año, en la última obra, la Marcha Radetzky, en la que la audiencia aplaude al compás. Todos sonreían al sentirse aún más integrados en el espectáculo.

Un documental, intercalado entre las dos partes del concierto, me ha confirmado lo que conlleva:
- La limpieza del recinto.
- La colocación de las flores.
- La elección y elaboración del vestuario de los bailarines (con el diseño a cargo de Valentino).
- La afinación de los instrumentos.
- La preparación de las partituras.
- El trabajo previo de cámaras, realizadores y demás personal de radio y televisión de los 72 países que lo han retransmitido este año.
-Y, por supuesto, los ensayos y la preparación de todos los artistas.

Un ejemplo de trabajo en equipo y dedicación, que, como cualquier otro reto conseguido, tiene tras de sí la fuerza creativa de hombres y mujeres entusiasmados y luchadores.