domingo, 14 de marzo de 2010

Todos somos Haití


Vengo de participar en un acto benéfico en favor de Haití, en el marco de unas jornadas (de viernes a domingo) en las que han colaborado altruistamente artistas plásticos cediendo sus obras, escritores donando sus libros, grupos de jazz y de música africana, cantautores, músicos y poetas. El pueblo en pleno se ha volcado también agasajando al público con una merienda, incluida en el precio de la entrada. Desde aquí mi agradecimiento a Caja de Ávila, a todos, organizadores, artistas y público y muy especialmente a Ana y Leticia, dos personas (encargada del recinto en el que se ha celebrado y pintora, respectivamente) que con su sola iniciativa, voluntad y esfuerzo han movilizado a tantas personas para que haya sido posible este emotivo acto celebrado en el Centro Cultural de Caja de Ávila en mi pueblo. Es impresionante lo que puede lograrse cuando alguien se abre y genera un ambiente de colaboración. La generosidad se contagia.

Cuando tienen lugar catástrofes de esta magnitud es cuando más se manifiesta la UNIÓN intangible, energética y espiritual de la humanidad. Nos fundimos con el dolor de nuestros hermanos, sin importar las razas ni las fornteras, aunque en el día a día, en el plano físico nos sintamos separados unos de otros con tanta frecuencia.

Ésta ha sido mi aportación:

TODOS SOMOS HAITÍ

Tú eres el niño que sale de los escombros levantando los brazos de alegría.

Yo, quien te está tomando entre los míos con la emoción de haberte rescatado.

Eres la enfermera que cura la pierna amputada de esa madre.

Soy el reportero que lo capta con lágrimas en sus ojos.

Somos esa familia con su mesa repleta de alimentos, que observa, apenada, cómo a ellos se les acaba el sustento e, incluso, la vida.

Y nos duele nuestro bienestar, porque nos tortura su dolor, que, en estos casos extremos, sentimos como nuestro.

¿Por qué sólo en estos casos extremos, si todos somos UNO?

Todos somos lo mismo, el Todo, átomos con distintas formas y una misma esencia Divina, diseminados por esta tierra de la que nos acordamos sólo cuando la vemos herida, gravemente herida por nuestra propia inconsciencia.

La Tierra que, tal vez, nos avise de ese maltrato, mediante estos terribles gritos desesperados.

Hay que reconstruir Haití, dicen los medios. Estaría bien tomar nota y, con nuestra actitud, tratar de renovar y reforzar los valores sobre los que se sustenta no sólo Haití, sino el mundo entero.

No quiero olvidar nuestra solidaridad ante esta catástrofe, pero tampoco la fragmentación, el odio y la violencia de las guerras provocadas por el hombre que hoy queda sobrecogido ante este sufrimiento.

Después de todo esto, quiero seguir siendo el doctor que sustituye su esterilizado quirófano por una mesa de paja, sobre la que opera a su paciente y, milagrosamente, le salva sin instrumental. Es su Amor, con mayúsculas, el que lo ha salvado. El médico que conduce atropelladamente un viejo vehículo para llegar raudo al terrible escenario, en el que le espera un niño, un hombre o una mujer. Y, mientras sana sus heridas, experimenta la belleza de verse piel de su misma piel.

Deseo ser el voluntario, una persona normal que es consciente de que, aunque no solucione todos los desastres del mundo, con su generosa aportación, está contribuyendo a que algo cambie en el mundo.

Quiero sentir lo que el misionero, religioso o laico, que ya sabe hace mucho tiempo todo esto que yo acabo de describir.

Ellos siempre se han sentido Haití, saben que somos UNO, y que el día que experimentaron la fusión Universal, comprendieron también que no sólo iban allí a enseñar sino, sobre todo, a aprender. Y aprendieron de unas personas sin lujos, sin cuentas corrientes, sin cosas materiales, que, en circunstancias normales, saben disfrutar de la salida del sol, agradecer que tienen comida para el día, y abrazar a quienes les están auxiliando, con el convencimiento de que todos, sin excepción, nos necesitamos".