jueves, 30 de septiembre de 2010

¿Dónde quedó la espontaneidad?


Escribo en El don de vivir como uno quiere:


"Aprendemos que hay que controlar nuestras emociones, estrangular nuestra espontaneidad, con el fin de estar "integrados", no diferenciarnos, para ser apreciados. Y así, agazapados, va disipándose la posibilidad de aplicar nuestra inmensa fuerza. En un momento dado, consideramos normal vivir obviando nuestros valores y talentos y nuestra capacidad para decidir, que, de tanto esconderla, creemos no tener".


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Ayer, como demanda esta estación de retiro, recogimiento y lectura, abrí un buen libro (otro buen libro, je, je, je...), que había dejado aparcado, La alquimia del corazón. Lo abrí al azar y me encantó cómo relata su autor el momento en el que el niño, que vive en un ambiente de "pesadez emocional, con unos adultos incapaces de ver más allá de sus experiencias no resueltas", un día se entera de la visita de unos amigos de sus padres y da saltos y grita de alegría por la renovación de ese ambiente con la llegada de esas personas:
"Como reacción a nuestra espontaneidad, nuestros padres gritan: ¡Cállate y compórtate! ¿No ves que están llegando las visitas?

En consecuencia, cuando los visitantes entran por la puerta principal, nos quedamos quietos como una estatua, reprimiendo nuestra energía, apenas moviendo un dedo del pie. "Y este es nuestro hijo", dicen los padres.

¡Ah! Exclaman las visitas, ¡Qué bien te portas! Se inclinan hacia adelante y nos acarician la cabeza, como si fuéramos un perro. Luego miran hacia nuestros padres y dicen: ¿No es una bendición tener un niño que se porta tan bien?

Esta es, posiblemente, toda la atención que hemos recibido en todo el día, o quizás en toda la semana, y la recibimos por comportarnos de una forma poco auténtica".