viernes, 21 de junio de 2013

El sentido de la vida

"Encontrar el sentido de la vida es atender a lo que ocurre en este instante". 
Sergi Torres

miércoles, 19 de junio de 2013

La felicidad es ella misma



“La búsqueda desesperada de felicidad

no es más que la continuación de la propia infelicidad.

La felicidad nunca se busca a sí misma.

Es ella misma”.

Guy Finley, en el delicioso libro Lo que realmente importa



viernes, 14 de junio de 2013

Fluye



Suelta el control... y cesa el sufrimiento. 
Estoy experimentándolo, tras muchos años de haberlo sólo teorizado.

jueves, 6 de junio de 2013

Sobre la bondad del ser humano


Hace unos días, en un viaje en tren, pude experimentar la bondad de los viajeros; cómo una persona mayor le preguntaba al interventor una duda del trayecto, y otra joven se ofrecía a acompañarla a realizar su trasbordo. Y cómo otro joven se apresuraba a alcanzar la maleta de un señor que tenía dificultad para bajarla del estante.

Constaté en ese viaje lo que ya sabía, que, cuando te comportas con los desconocidos con naturalidad y miras a las personas por su fondo, por lo que son, recibes la misma mirada de su parte.

En silencio, escuché casualmente las conversaciones de algunos jóvenes que hablaban de sus proyectos, y me di cuenta de que este periodo "revuelto" en el que vivimos está despertando lo mejor de nosotros: nuestra creatividad, nuestro talento y, por esas y otras muestras que percibí el otro día, nuestra solidaridad.

“Todos los días de mi vida aprendo algo”, decía una señora mayor a otra que, como ella, venían de recorrer, nostálgicas, su ciudad natal con sus respectivos maridos.

Ya, en Madrid, mi querida hermana, una gran profesora con alma y muchas cosas más, estaba esperándome con un rico almuerzo y, como siempre, acompañándome con su sonrisa y cariño hasta la hora de la entrevista de la que he hablado por aquí en estos días.

De regreso a casa, en la estación me abordaron dos señoras para ofrecerme la posibilidad de hacerme socia de Aldeas infantiles. Iba con tiempo de sobra y me detuve a hablar con ellas. En menos de dos minutos estábamos dialogando sobre nuestras vidas y proyectos; yo, con el vello de punta, quizá por sentir la misma energía; ellas me mostraban su afecto con palabras y gestos de amabilidad. Ambas tenían una vida interesante, plena de creatividad y servicio a los demás. Intercambiamos teléfonos y tarjetas. La más joven me habló de un libro que iba a presentar su novio, Rafael González Millán, poeta e invidente, Los sentidos del alma, publicado por la Fundación ONCE. Lo leeré, porque, en esta vida, todo sucede por algo, y esa obra con ese título tan cálido y profundo tiene que terminar en mis manos. Me despedí de ellas con un cariñoso abrazo y sabiendo que, aunque no volvamos a vernos, hay algo de cada una en las tres.

A continuación, me acerqué a la barra de una cafetería para tomar un piscolabis y le dije al camarero: “Póngame también un donuts, que hoy me lo merezco” . Él se sonrió, sin pedirme explicaciones.

Si es que somos tan iguales… perdón, somos todos tan lo mismo y hay tanta bondad en el ser humano, que basta con frotar la piel para que afloren nuestros mejores sentimientos.


lunes, 3 de junio de 2013

Mi tía Petrita tenía un 127



Sí, mi tía Petrita, como todos le llamábamos (Petra -piedra en latín- era demasiado duro para su dulzura), tenía un Seat 127. Se sacó el carnet, valiente ella, pasados los 50 años. Era hermana de mi madre, la tía soltera de los seis hermanos. Murió joven, pero dejó mucha huella en nosotros. Una tía muy devota, pero con los pies en este mundo, muy cercana, cariñosa, siempre con una sonrisa para todos. Vivía en su propio mundo, era muy independiente, a la vez que familiar. Cuando se estaba yendo, nos confió que diéramos de baja una suscripción de una revista de carácter científico y espiritual; siempre intuí que tenia muchas inquietudes y supuse que esa revista era su “secreto”. 

Mi tía me pedía que le peinara algunos sábados. Se me da bien moldear el pelo y, cuando acudía a su casa, estaba sentada con el peinador sobre sus hombros, el pelo mojado y el secador enchufado, para que mi esfuerzo fuera el mínimo. Ella siempre estaba dispuesta a hacernos cualquier favor a todos los sobrinos.

Tenía una tienda de ultramarinos; de las famosas tiendas de toda la vida, de esas impregnadas del aroma del bacalao cortado a “guillotina” y del pimentón a granel, que envolvía con gran destreza. Era preciosa, la heredó de mis abuelos. Vivimos en un pueblo muy frecuentado por veraneantes de Madrid y, por eso, mi abuelo la puso el nombre de “Madrid pequeño”. El mostrador, de mármol y madera tallada, entonaba con el reloj dorado que presidía el frente, obsequio de una marca de café.  El escaparate tenía una forma redondeaba, que le daba un aire distinto. Los niños nos subíamos en un pequeño peldaño y, cuando nos sujetábamos en su cristal, salía ella a decirnos: "Hijos, no dejéis los dedos  marcados"; lo hacía en un tono tan amable que ahí seguíamos haciendo equilibrio.

Mi tía tenía muchas habilidades y una gran inteligencia. Como mi madre, pertenecía a esa generación de niños de la posguerra que no pudieron formarse por falta de posibilidades, pero que desarrollaron su talento del modo que  estuvo a su alcance. Arreglaba cualquier aparato electrónico como si fuera un técnico especialista. Escribía muy bien, como casi todos los de mi familia, la verdad (veo cómo se expresan cuando nos intercambiamos mensajes, y pienso… “si quisieran, podrían hacer lo mismo que yo” :-)). Tenía una libreta en la que iba apuntando curiosidades. Me decía que algunas clientas le pedían “escalestrix” por “espaguetis”, por ejemplo.

Ella confiaba mucho en mí. El día en que me llamaron para una entrevista de trabajo para la que debía presentarme en un par de horas en la empresa (en la que aún estoy), fui corriendo a su tienda a pedirle que me llevara, que no había tren disponible para ello; se quitó rápidamente el “guardapolvos” (¡qué bueno! Acaba de venirme esta denominación que le daban a la prenda, cuando me he imaginado quitándosela), y nos subimos al coche. En el camino yo iba tranquila, bien acompañada y segura de que iba a quedarse esperándome paciente a la puerta de la empresa, en su 127, el tiempo que fuera necesario. 

En mi libro, La gestión de la vida en el trabajo, que, aunque no personalizo, responde bastante a mi propia historia, se me pasó este detalle, recordar de algún modo a quien te ha ayudado en momentos tan importantes como éste,  resaltar su disposición y el papel que jugó en ello. Mis padres siempre fueron incondicionales. En el libro les pongo en primera plana en los agradecimientos, porque no puedo estar más agradecida de su protección y ayuda y del ambiente cálido que propiciaron en casa, sin presión alguna en mi formación y desarrollo. Pero había dejado a mi tía fuera de la historia. Esta mañana, al despertar, me ha venido su imagen y no he dudado en escribir este relato. No estoy corrigiendo nada de lo que me va naciendo, porque es algo que tengo muy grabado en el corazón.

Salí de aquella entrevista, que duró como una hora y media. Consistía, entre otras cosas, en una redacción breve sobre un tema de actualidad. Recuerdo que hablé del paro universitario (nada parecido al actual, claro, pero había sus dificultades). La redacción me salió redonda; iba con ventaja porque era mi fuerte. Me dio tiempo a pasarla a limpio, así que guardé el borrador inicial y, al salir, se lo di a leer a mi tía: 

- "¡Te cogen, hija, te cogen! Me dijo, dándome un beso apretado en la mejilla. 

- “Bueno tía, acaba de empezar la selección, faltan  un par de entrevistas y pruebas”, le respondí. Pero yo también tenía un buen presentimiento.

Retomamos felices el camino de vuelta, con nuestra radio sintonizada y comentando las cosas que habían sucedido en ese día de trabajo en equipo ;-).




domingo, 2 de junio de 2013

No es eso

No es que sea menos sociable, es que ya hablo conmigo.

No es que sea menos complaciente, es que soy más libre.

No es que os quiera menos, es que ya sé en qué consiste querer.