miércoles, 9 de septiembre de 2015

La flor del amor

Tratando de resolver siempre la vida de los demás, me olvidé de aquéllo para lo que había venido a este mundo, a divertirme con la mía. 
Descubrí que eso que “hacía” no era ayudar, sino entorpecer el camino de otras personas, “ocupándome” de su propia responsabilidad y, por tanto, queriendo ¿proporcionarles su felicidad?
Cuando caí en la cuenta de todo esto, verifiqué que ellos sabían decidir muy bien por sí mismos y que, si se equivocaban, del mismo modo que cuando yo me equivoco, antes o después hallaban sus propias soluciones, justo cuando debían hacerlo.
Y fue entonces cuando supe, más que nunca, que había venido a este mundo (como el resto de los seres humanos) a disfrutar de mi propia vida y que ello no sólo me hacía ser más responsable de mí sino también más feliz y generosa, siendo y dejando ser.
Comprobé  que ese era el método más eficaz para relacionarme en paz y sentirme amada, y que “ese querer sentirme amada” quizá fuera también la razón por la que trataba de resolver la vida de todos. 
Desojaba la rosa del amor creyendo que alguien iría recogiendo los pétalos para recomponer lo que, en lo más profundo de mí, ya tenía.